Una de las cosas de las que los europeos, cartesianos y satisfechos de sí mismos hasta la médula, somos más incapaces es de pensar y comprender la realidad dialécticamente. Esto es muy serio cuando se habla de Dios. Porque Nicolás de Cusa definió a Dios como “armonía de contrarios”; pero nosotros, entre los opuestos, sólo sabemos leer las desarmonías y las guerras a muerte.
Esto hace muy difícil la lectura de San Juan de la Cruz. Es muy conocido su lema: “Para venir y tenerlo todo, no quieres tener nada”. Todo y nada: opuestos. Pero casi todas las exégesis del santo se quedan sólo en la segunda parte: no tener nada. Y luego los comentaristas literarios tienen que preguntarse de dónde viene el deseo y la capacidad de esta aparentemente masoca de adjetivar las cosas de una manera tan afectuosa y fina. Y la respuesta me parece muy fácil: simplemente que había llegado a “tenerlo todo” 1.
La piedad cristiana es dejarlo todo para encontrar a Dios y, desde Dios, volver a tenerlo todo.
La enseñanza fundamental de lo anterior es que la piedad cristiana no consiste sólo en alejarse de las cosas para ir a Dios, sino en luego volver a las cosas de Dios. Francisco de Asís, en lugar de apartarse del Sol o de la Luna y de la tierra y del agua y del fuego, se regocija en ellos y da gracias a Dios por ellos: porque el Sol es hermoso en su esplendor, las estrellas son hermosas, la tierra es “una bendición”, el agua es limpia y útil y el fuego es hermoso y alegre…
Todo el largo proceso de los Ejercicios de San Ignacio finaliza con una “contemplación para alcanzar el amor”. En continuidad con ello, podríamos resumir a Juan de la Cruz como una “contemplación para alcanzar las cosas desde ese amor de Dios”. Ambas formas de espiritualidad no se oponen, sino que se suman y completan mutuamente. Dios es para Juan de Yepes un inmenso “mar de amor” (Llama II, 10). Y no es lo mismo abordar las cosas desde ese mar de amor que desde los charcos de nuestro egoísmo.
Porque además, cuando la relación con las cosas se ha transformado así, y cuando las disfrutamos y poseemos desde Dios y no desde nuestro ego, entonces ese estado de ánimo libre y agradecido empieza a condicionar nuestra actitud hacia las personas. Francisco de Asís, en Canción de las criaturas va del agradecimiento por la gratuidad del Sol, de la Luna y de las estrellas, de la tierra y del agua y del fuego, a “los que perdonan por vuestro amor”: porque eso será también “fuente de consuelo”
Y tal vez no nos demos cuenta de que esto es lo que Jesús enseña en el Padrenuestro, donde, de la inmersión inicial en la santidad, voluntad y reino de Dios, pasamos al “pan sobriamente compartido” para todos y a la acogida de “ nuestros deudores”, para que Dios nos acoja
Esa es la auténtica piedad cristiana: dejarlo todo para encontrar a Dios y, desde Dios, volver a tenerlo todo. El resto son platonismos baratos o maniqueísmos latentes.