‘Agur’ al lehendakari del pacto

José Antonio Ardanza profesaba un respeto reverencial por la figura del Lehendakari y probablemente nunca hubiera soñado con acabar prestando juramento ante el árbol de Gernika. “En mi casa fue Dios primero y después el …

José Antonio Ardanza profesaba un respeto reverencial por la figura del Lehendakari y probablemente nunca hubiera soñado con acabar prestando juramento ante el árbol de Gernika. “En mi casa fue Dios primero y después el Lehendakari”, ha apuntado. Sin embargo, en plena crisis interna del PNV, el partido pensó en él para sustituir a Carlos Garaikoetxea, que estaba en conflicto con la dirección, y Ardanza acabó al frente de Euskadi en uno de los periodos más críticos de su historia reciente. Se convirtió en el lehendakari que más tiempo ha ocupado el cargo –14 años, entre 1985 y 1999– y dejó un legado que hoy es reconocido en todos los ámbitos.

El Lehendakari Ardanza falleció ayer en su domicilio de Kanala (Bizkaia), a los 82 años, tras una larga enfermedad. La noticia trastocó el cuarto día de campaña electoral en Euskadi y obligó a los partidos a realizar un ejercicio retrospectivo que se convirtió, al mismo tiempo, en un ejercicio de justicia hacia un lehendakari que gestionó un periodo especialmente convulso, un momento en el que muchos de Se sentaron las bases del bienestar actual de la sociedad vasca.

Dirigió Euskadi en años convulsos, buscó con celo la paz y fue clave para transformar la industria vasca

Afiliado al PNV desde su juventud y activo en la clandestinidad, Ardanza fue elegido alcalde de Mondragón en 1979 y diputado general de Gipuzkoa en 1983. Un año y medio después, sin embargo, los enfrentamientos entre Carlos Garaikoetxea, lehendakari, y Xabier Arzalluz, presidente de del partido, provocó una tremenda crisis que acabaría con la salida del primero del ejecutivo. Y fue entonces cuando el PNV pensó en Ardanza.

En un momento crítico para su partido y con un País Vasco devastado por la crisis industrial y la lacra terrorista, José Antonio Ardanza apostó por pactos transversales, unión perfecta contra la violencia y una gestión rigurosa, pero con punto atrevido. Y el tiempo acabó dándole la razón.

En un momento que invitaba al desánimo y al desánimo, los gobiernos presidido por Ardanza decidieron que Euskadi no podía parar. Había que hacer todo y, además, había que gobernar con luces brillantes. El País Vasco actual es en gran medida deudor de las decisiones que se tomaron en aquellos años.

En primer lugar, porque el pacto de Ajuria Enea fue clave para deslegitimar la violencia y avanzar en la unidad de las fuerzas políticas contra ETA, algo que acabaría dando sus frutos. En segundo lugar, porque en aquellos años se consumaba el segundo gran impulso del autogobierno vasco, dando continuidad al camino emprendido por los ejecutivos de Garaikoetxea. Y también se hizo de forma transversal, incorporando el socialismo vasco a la construcción social de Euskadi desde la primera línea institucional.

Los gobiernos de Ardanza, finalmente, tuvieron que afrontar la complicada misión de relanzar económicamente un País Vasco hundido. La reconversión industrial y la diversificación de la economía vasca se fraguaron en aquellos años de extraordinaria dureza en las calles.

“Un país que manipulaba el hierro acabó fabricando aviones”, recuerda la vanguardia Ramón Jáuregui, historiador del socialismo vasco y vicelehendakari de Ardanza.

El nacionalismo vasco se deshizo ayer en elogios hacia el Lehendakari que impulsó el gran cambio en Euskadi. “Era una persona con sólidos valores humanistas y democráticos. Defendió su ideología basada siempre en el respeto a los derechos humanos, la pluralidad y la convivencia democrática”, afirmó el actual Lehendakari, Iñigo Urkullu. Aunque quizás aún más valiosa, por la distancia ideológica, sea la lectura que hace el propio Jáuregui: “respondió a Euskadi que gobernaba haciendo lo que Euskadi necesitaba. Fue un hombre al que el PNV recurrió en su momento más crítico y se convirtió en la solución. Era un líder a su pesar. A nivel personal era una buena persona. “Un hombre de maneras educadas y sentimientos fraternales”.